21/2/12

Eduardo Galeano y el Abolicionismo Penal en América Latina


“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”.[1]


Con esta frase Eduardo Galeano da inicio a  uno de los libros más extraordinarios que se hayan escrito jamás sobre la relación histórica entre América Latina y el poder central desde que en 1492 Cristóbal Colón y sus secuaces pisaran por vez primera la madre tierra de Atahualpa, Huáscar y Moctezuma.

Hombres a caballo, blancos y barbudos; llenos de bacterias, espadas y evangelios[2] sentaron los cimientos, de lo que a posteriori serían más de quinientos años de opresión. El “descubrimiento” de América financió el extraordinario crecimiento de la incipiente Europa de los primeros Estados Nacionales, y en consecuencia el específico desarrollo del modelo capitalista de producción. Sin el oro Azteca y sin la plata de Potosí, la historia del poder central hubiera sido diametralmente diferente. Los bienes materiales de América eran el Olimpo. La tierra prometida. El hogar mitológico de Morfeo, Iquelo y Fantaso.

Su gente, en cambio, sólo material descartable, sumiso e ignorante. Elementos desgraciados. Esclavos potenciales. Simpáticos seres inferiores merecedores de instrucción oficial: leyes, dioses y tradiciones europeas. Segunda mano de la población universal que, en caso de pretender ser algo más que basura, debían ser aniquilados -sin piedad alguna- emulando las prácticas represivas que desde 1215 se expandieron por Europa, adquiriendo singular fuerza cuando –casual o causalmente- también en 1492 Tomás de Torquemada diera inicio a la tristemente célebre Santa Inquisición española.

El mapa global estructural estaba claramente delineado. Mientras Europa, condensaba la casta “fina”, “culturizada” y “próspera” de la población universal; en América Latina habría de concentrarse el grueso de la “marginalidad” del planeta: pobladores autóctonos; esclavos africanos -aparentemente más idóneos para la realización de trabajos forzados que los débiles “indios” locales-; e incluso los propios colonos –provenientes mayoritariamente de familias europeas empobrecidas, judíos y/o musulmanes-. Mientras Europa disfrutaba los beneficios del saqueo, América moría de hambre, pudiendo alimentar con sus recursos a la humanidad entera. Mientras Europa crecía a pasos agigantados, América no paraba de padecer.

De allí en más la historia no dejó de repetirse. Año tras años, siglo tras siglo. Incluso tampoco luego de las victorias  independentistas de San Martín, Bolívar y los suyos. Intentos emancipadores por demás meritorios, que en rigor de verdad significaron únicamente la sustitución de un opresor desgastado –España, durante las primeras décadas del siglo XIX- por opresores en pleno auge y desarrollo –los países nórdico-europeos más beneficiados por los avances tecnológicos de la revolución industrial-.

Neo-colonialismos y neo-imperialismos -que de “nuevo” tenían poco- no hicieron más que mantener el statu quo pre-independencias, renovando el genocidio de la primera colonización, dejando a las grandes mayorías de nuestro margen sometidas a minorías proconsulares del poder central.

América Latina debió conformarse con modelar su economía a base de agro-exportaciones. Vender materia prima a módicas sumas, y comprar productos elaborados a cifras siderales. De esta manera dos desigualdades no pararon de crecer. La existente entre los países industrializados y los países productores de materia prima; y la existente entre las clases oligárquicas locales –groseramente obedientes a las directivas del poder central- y las clases subalternas –obreros explotados, indios exterminados, rebeldes criminalizados, etc.-. 

Desde el punto de vista de la “cuestión criminal” América Latina, como histórico patio trasero del primer mundo, hizo las veces de laboratorio experimental de crueldades e inmundicias punitivas. Mientras que en la Europa industrializada del siglo XIX se recurría al modelo de control social benthamiano para disciplinar a los propios europeos; a los fines de controlar la periferia, el modelo preferido de la clase dominante fue el lombrosiano, fundado “en la premisa de la inferioridad biológica de los delincuentes centrales y de la totalidad de las poblaciones colonizadas, o sea, que eran biológicamente inferiores de modo análogo tanto los moradores de las instituciones de secuestro centrales (cárceles y manicomios) como los habitantes originarios de las inmensas instituciones de secuestro coloniales (sociedades incorporadas al proceso de actualización histórica).”[3]

Finalmente durante el siglo XX, la historia es más conocida. Un welfare europeo financiado por una América Latina, donde –paradójicamente- nunca existió el Estado de Bienestar, y una última parte del siglo, bañada de terror neoliberal, adoración al “orden”, actuarialismo, tolerancia cero, etc.[4] 

El siglo XXI no aporta demasiados cambios. El sistema penal no sería nada sin el binomio Estado/Capitalismo.[5] Y éste binomio jamás hubiera sido tan inquebrantable sin la opresión sistemática de nuestra tierra. ¿Resulta poco contundente este argumento si de despreciar el sistema penal especialmente en América Latina se trata? ¿Podremos darnos cuenta a tiempo que el abolicionismo penal no es una idea meramente europea/escandinava y que su aplicación/reflexión en nuestro margen es sumamente necesaria?

Maximiliano Postay


[1] GALEANO, E., Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2010. p. 15
[2] Ibídem, pp. 29-35
[3] ZAFFARONI, E., En busca de las penas perdidas. Deslegitimación y dogmática jurídico-penal, EDIAR, Buenos Aires, 2009, p. 81
[4] Cfr.  SOUSA SANTOS, B., Crítica de la razón indolente. Contra el desperdicio de la experiencia. Volumen I. Para un nuevo sentido común: la ciencia, el derecho y la política en la transición paradigmática, Desclée de Brouwer, España, 2003; WALLERSTEIN, I., “La reestructuración capitalista y el sistema-mundo”, Desarrollo: Crónica de un desafío permanente. Universidad de Granada, España, 2007, pp. 159-182; PREBISCH, R., Capitalismo Periférico. Crisis y transformación, FCE, México D.F., 1981
[5] MOORE, R., La formación de una sociedad represora. Poder y disidencia en la Europa Occidental, 950-1250, Crítica, Barcelona, 1989