¿Qué es y qué no es el abolicionismo penal?
Maximiliano Postay
Síntesis y declaración de principios. A propósito de las
dudas que la teoría y la praxis de la “no pena” genera en propios y extraños.
A modo de panfleto. Una visión LTF.
El abolicionismo
penal es una corriente de pensamiento y/o un
movimiento social cuyo principal objetivo es la erradicación de la
cárcel y el sistema penal en su conjunto.
Para el
abolicionismo penal los “delitos” son conflictos entre partes. Ni más ni menos
que eso. Conflictos que en algún tiempo y espacio el poder de turno etiquetó de
esa manera, respondiendo a ciertos intereses y circunstancias claramente
identificados con las ideologías dominantes que desde tiempos inmemoriales
permanecen ocupando espacios de privilegio a costa de la opresión y
sometimiento de la gran mayoría de la población del planeta.
El delito como tal
no existe. Es una mera construcción socio-política. Su ontología es cuasi mítica. Su “categorización”
y/o “etiqueta” debe necesariamente ser contextualizada.
Por sólo citar un
ejemplo, no casualmente en pleno auge de la revolución industrial durante la
segunda mitad del siglo XIX la vedette de los Códigos Penales de entonces fueron
los “delitos contra la propiedad”.
Política, economía
y sistema penal son nociones que siempre deben ser analizadas en conjunto. A no
pasar por alto este detalle.
Un abolicionista
penal cree que los conflictos deben ser regulados teniendo en cuenta ciertos
principios fundamentales:
Debemos buscar
soluciones y/o respuestas que favorezcan a ambas partes y que no contribuyan al
agravamiento del incidente tal cual lo hace la cárcel y el sistema penal en
todas sus formas.
Debemos acercar a
los directamente involucrados, devolverles el conflicto que otrora les fuera
expropiado por el Estado y darles el protagonismo que realmente merecen.
Incentivar la
creatividad de los que vívidamente padecieron las consecuencias del conflicto
en cuestión y desalentar cualquier ademán agresivo que pueda llegar a
germinarse.
Para un
abolicionista penal el sistema penal es venganza en su estado más puro. El ojo
por ojo que, parafraseando a Gandhi, hará que -tarde o temprano- todos nos
quedemos ciegos.
La violencia genera
más violencia. Creer que con ella solucionaremos en algo las problemáticas que de por sí tienen todas las sociedades modernas representa, en el
mejor de los casos, un acto de inocente ingenuidad; y, en el peor, un ejemplo más
de cómo los poderosos y los sectores acomodados y poco solidarios con los que
menos tienen suelen aceptar con beneplácito aquellas estructuras que contribuyen
a la eterna indemnidad del statu quo.
Yendo aún un poco
más lejos, pensamos con total convicción que la abolición de la cárcel, en su
calidad de baluarte por excelencia del sistema penal vigente, traería aparejada
la reducción del conflicto social, generando -como consecuencia de ello- una notable merma de lo que
comúnmente los medios masivos de comunicación denominan “inseguridad”.
Si los políticos
profesionales advirtieran esto quizás echarían mano en forma más frecuente a la
teoría y la praxis de la “no pena”.
En esta dirección el abolicionismo
penal, hoy mala palabra, podría devenir tranquilamente en política pública pasible
de aceptación generalizada.
Para un
abolicionista penal el sistema penal es un instrumento de engaño permanente.
Selectivo y sectario. Sus “clientes” representan en altísimos porcentajes a las
clases más pobres. A los excluidos de siempre.
Difícilmente el
sistema penal se meta con los poderosos, sino por el contrario Poder y Sistema
Penal son aliados inseparables.
Un abolicionista
penal descree absolutamente de cada una de las "teorías de la pena". El castigo
no reeduca, no previene conflictos ni reconcilia al infractor con la divinidad, no evita la venganza privada ni cohesiona a
los actores sociales en un único e indiscutible paradigma social.
El castigo es castigo. Corporal y visible. Esta es la única realidad.
Todas las demás son ideas tendenciosas, absurdas e interesadas que pretenden
tapar el sol con el pulgar. Mentiras proclives a darle al Estado prerrogativas morales que
claramente no tiene; y a la autoridad eventual, el “brazo armado” necesario para
mantener -a capa y espada- su tan preciada posición de mando.
El sistema penal es infligir dolor a seres humanos inescrupulosamente, digitarlos
como fichas de ajedrez carentes de sensibilidad alguna. Es tiempo de vida
arrebatado en pos de fines francamente irracionales.
Por el contrario, el
abolicionismo penal no es un desarrollo meramente académico, snob y/o antojadizo.
Responde a múltiples
influencias teóricas y antecedentes prácticos claramente identificables –como
los movimientos abolicionistas de la esclavitud o de la pena de muerte, por
sólo citar un par de ejemplos-.
El abolicionismo
penal no significa pretender que mañana mismo el sistema penal desaparezca o
derrumbar las cárceles utilizando la violencia como método.
Tampoco significa
no hacer nada ante aquellos acontecimientos hoy catalogados políticamente como “delitos”.
A no confundirse.
Que el abolicionismo penal no crea en soluciones punitivas recetadas
normativamente por burócratas de traje y corbata, no significa que no promueva
la regulación y/o solución de los conflictos referidos recurriendo a herramientas muchísimo
más civilizadas, comprometidas, inteligentes y capaces de aportar soluciones
únicas e irrepetibles, atendiendo estrictamente a las particularidades también
únicas e irrepetibles del caso en concreto.
Se alienta la
constitución de mediaciones comunitarias y el traspaso de la regulación de situaciones
conflictivas, hoy contempladas en el derecho penal, a la órbita civil y/o administrativa,
en el marco de un plan de descriminalización progresiva de conductas y con el respaldo de una
"decisión política" clara en el sentido de prohibir la construcción de nuevos
establecimientos penitenciarios.
El abolicionismo penal
no es una isla ideológica. Un abolicionista penal no cree que con abolir el sistema
penal todo se soluciona de la noche a la mañana.
Junto con la
abolición progresiva y razonada del sistema penal resulta imperioso activar
acciones sociales, políticas y económicas que
tengan como objetivo solucionar problemáticas estructurales urgentes
como la desigualdad, el hambre, la pobreza, el analfabetismo, la desnutrición
infantil, la concentración hegemónica de los medios de comunicación, la
multiplicación permanente de monopolios industriales y financieros -amparados
por poderes políticos dóciles y justicias amigas-, la discriminación en todas
sus variantes, y una interminable lista de etcéteras que no hacen más que
evidenciar la enorme cantidad de falencias que quedan aún por
resolver.
El abolicionismo
penal no es un dogma autoritario ni un canto al positivismo epistemológico que
busca hasta debajo de las piedras conocimientos objetivos y empíricamente
verificables.
El abolicionismo
penal se nutre de dudas e inquietudes permanentes y no de axiomas o
mandamientos sacros. El abolicionismo penal es –por definición- un ejercicio
creativo, artístico y libertario. Imaginación no punitiva y militancia.