3/3/12

Profecías autocumplidas y discursos


La legitimación de la guerra contra la droga a través de las palabras
                                                                             

Alessandro Baratta supo decirnos, hace ya más de quince años, tomando como referencia la teoría sistémica de Niklas Luhmann, que la política de drogas contemporánea –aún hoy vigente-, constituye un sistema autorreferencial, que se reproduce a sí mismo ideológica y materialmente[1].

Por reproducción ideológica el autor entiende “el proceso general a través del cual cada actor o grupo de actores integrados en el sistema encuentra confirmación de su propia imagen de la realidad en la actitud de sus propios actores”; mientras que por reproducción material entiende la producción “de una realidad por parte del sistema “conforme a la  imagen de la cual surge y que la legitima”[2].

Esta realidad que el sistema autorreproduce está, según el profesor italiano, caracterizada por cuatro elementos:

a) la relación necesaria entre consumo y drogodependencia;

b) la pertenencia de los toxicómanos a una subcultura que no comparte el sentido de la realidad propio de la mayoría de los “normales”;  

c) el hecho de que los drogodependientes tienen un comportamiento asocial y delictivo que los aísla de la vida productiva y los lleva hacia carreras criminales;

d) el estado de enfermedad psicofísica de los drogodependientes y la irreversibilidad de la dependencia.

Este sistema prohibicionista de drogas, por lo tanto, “produce por sí mismo la realidad que lo legitima”[3], generándose así lo que tanto Baratta como Escohotado denominan “profecías autocumplidas”, siendo una de sus principales características “el hecho de que los actores se confirman recíprocamente en su actitud favorable a la actual política de la droga”[4].

En este sistema, continúa Baratta, hay un solo grupo desviado, apartado: el de los drogodependientes, el cual no sólo es funcional a esa autorreproducción del sistema sino que además la refuerza.

Estos diferentes grupos del sistema están formados por los expertos, las instituciones, el público y la prensa, artífices del desarrollo “tanto a nivel real como simbólico de la guerra contra el problema de la droga”[5][6].

La  reproducción ideológica y material de este sistema, está sustentada por sus discursos, los cuales reconfirman aquellos cuatro elementos de la realidad que  fueran enumerados hace unas líneas.

Parafraseando a Rosa del Olmo, lo que se produce entre esa realidad y el discurso, es una suerte de retroalimentación, ya que éste es “parte constitutiva de la realidad condicionándola” y a su vez aquella “refuerza los contenidos del discurso”.

El lenguaje se torna, de esa forma, una herramienta para  construir realidades a partir de subjetividades[7], formando una pieza fundamental del sistema cerrado de la droga del cual habla Baratta, manejándose para crear percepciones, dando vía libre a la eventual legitimación de determinadas políticas estatales.

La forma de referirnos a determinados hechos, fenómenos o procesos,  reflejan nuestra posición ante aquello de lo que estamos hablando.

En la temática drogas, -como en otras, claro-, la elección de los términos y las palabras que se usan para describir los diferentes aspectos del fenómeno indica cuál es nuestro  posicionamiento al respecto.

A continuación analizaremos brevemente algunos ejemplos de cómo la elección de utilizar un término va de la mano de un determinado discurso y una determinada ideología.




En primer lugar, ya de por sí, decir droga o drogas implica un modo de ver la temática desde perspectivas diferentes.

Como sostiene Alberto Calabrese, referirnos a la droga de forma singular, “es una forma de potenciarla en ese imaginario colectivo como algo muy importante, como decir <<la belleza>>, <<la maldad>>”, al no diferenciarlas, “le estamos dando una categorización del mal tremendo, que siempre viene del otro lado de la frontera”. Esta terminología, no es fruto de una equivocación, si no que es lo que –por el contrario- le da un significado y una directriz específicos a las políticas de drogas. [8]

Por otro lado, desde el punto de vista de los componentes y de los efectos de las distintas sustancias, decir droga es incorrecto, ya que es imposible englobar todas las drogas dentro de una clasificación de este tipo.

Siguiendo esta línea, Escohotado sostiene que “el criterio de quienes gestionan el control social entiende que, por definición cualquier sustancia psicotrópica es una trampa a las reglas del juego limpio: lesiona por fuerza la constitución psicosomática del usuario, perjudica necesariamente a las demás y traiciona las esperanzas éticas depositadas en sus ciudadanos por los Estados”[9].  Es decir, cuando decimos droga, debemos tener conciencia que estamos hablando desde el discurso “criminalizador y prohibicionista hegemónico”[10].

En cuanto a la utilización del término problema de la droga, Baratta explica que está directamente relacionado con la llegada del capitalismo, ya que es cuando las drogas – que antes eran algo “normal”- pierden su vinculación secular con las economías locales y se convierten en objeto de rápidos procesos de transculturización[11].

Otro término que se escucha repetidamente cuando se habla de esta temática es el mundo de la droga.

Baratta sostiene que esta sentencia forma parte de la representación unidimensional proveniente del discurso oficial.

En vez de mundo de la droga, el autor italiano sugiere que se debe hablar de mundos de las drogas, ya que si bien hay un determinado mundo de la droga, que es el que es visible a la sociedad, “existen otros mundos subterráneos, discretos e invisibles, y desde este punto de vista, privilegiados” [12]; es decir, aquellos en los cuales habitan usuarios cuyos consumos no generan una reacción social y penal.

Por otra parte, desde el discurso hegemónico no se habla de distintos tipos de usuarios, sino que cuando se hace referencia a aquellos que consumen drogas, se utiliza el término drogadicto, generando el imaginario de que sólo hay un tipo de uso de droga: aquél que es conflictivo y genera dependencia.

Desde el discurso no oficial, en cambio se habla de usuarios y se resalta la necesidad de distinguir sus diferentes niveles.

El uso conflictivo o no de una droga determinada, no depende únicamente de esa sustancia, sino también de las características del individuo y su contexto.

El nexo causal entre drogas y dependencia es un aspecto fundamental del discurso hegemónico y alarmista acerca de las drogas. En oposición, al utilizar el término usuario, estamos equiparando al consumidor de drogas con cualquier otro consumidor usuario de cualquier otro producto del mercado capitalista; lo que implica, en consecuencia, reconocerle los mismos derechos.

Otro término que los discursos alternativos a la prohibición insisten en acuñar es el de drogodependiente en vez de drogadicto.

Romaní explica que al decir drogodependiente estamos asimilando el hecho de que el hombre es un ser dependiente por naturaleza y que todos los hombres somos dependientes de algo; por ello, el término drogodependiente rompe el muro entre el otro usuario de drogas y el “yo” no usuario de drogas.

Por el contrario, cuando se utiliza el término drogadicto –que de por sí, suena mucho más peyorativo-, se lo utiliza de tal manera que, como manifiesta Romaní, tiende a etiquetar al sector de la sociedad que consume determinada sustancia prohibida[13].

Otra diferenciación de términos, que por lo general se confunde es la despenalización con la desregulación.

El uso de la palabra despenalización por parte de los distintos actores, genera en el imaginario social la percepción de que las políticas descriminalizadoras implican un “descontrol” del mercado de drogas; cuando, muy por el contrario, lo que esas políticas plantean es su regulación.

Este breve análisis terminológico no pretende otra cosa que reflexionar sobre la responsabilidad que implica en cada uno de nosotros la utilización o no de ciertas palabras.

Las palabras son los ladrillos con los que se edifican los discursos; su génesis, su antesala.

Por ello, para ser coherentes con nuestras ideologías, debemos medirlas, sopesarlas, releerlas. Ser conscientes de sus efectos y de que cada palabra reproduce nuestro sistema de creencias y percepción del mundo.



María Eugenia D´agostino







[1] Baratta, Alessandro, Introducción a una sociología de la droga. Problemas y contradicciones del control penal de las drogodependencias, en A.A.V. V., ¿Legalizar las drogas? Criterios técnicos para el debate, Editorial Popular, Madrid, 1991, pág. 49.
[2] Ibídem, pág. 49.
[3] Ibídem, pág.50.
[4] Ibídem, pág. 51.
[5] Ibídem, pág. 53.
[6] Meudt citado en Baratta, Alessandro, op. cit., pág. 53.
[7] Del Olmo, Rosa: Las drogas y sus discursos en El derecho penal hoy. Homenaje al Prof. David Baigún, Ed. del Puerto, Buenos Aires, 1999, pág. 141: “La selección de uno u otro tipo de señal lingüística refleja los modos de percibir y evaluar el mundo de quien usa el lenguaje. De este modo, el lenguaje tiene su efecto en la conformación de la subjetividad y la construcción de la realidad”.
[8] Calabrese, Alberto, El problema de la droga, ponencia en el Foro de la salud y la cuestión social de la Confederación Médica de la República Argentina (COMRA), realizado en Buenos Aires, el 23 de noviembre de 2009.
[9] Escohotado, Antonio, Historias de las drogas (1), Ed. Alianza, Madrid, 1992, pág. 13.
[10] Romaní, Oriol, Las drogas: sueños y razones, Ed. Ariel, Barcelona, 1999, pág. 41: “La definición del concepto unificado y estigmatizante de droga hegemónico aún en la actualidad, durante los año del cambio de siglo –S. XX- en E.E.U.U., con el inicio del control del opio en Filipinas según las pautas de lo que será el paradigma prohibicionista y también durante los años de la primera Gran Guerra en Europa, y puede seguirse a través de los principales convenios internacionales que fiscalizan determinados productos ocasionando la criminalización de sus consumidores”.
[11] Baratta, Alessandro, op. cit., pág. 68.
[12] Ibídem, pág. 59.
[13] Romaní, Oriol, op. cit., pág. 43.