21/2/12

Eduardo Galeano y el Abolicionismo Penal en América Latina


“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”.[1]


Con esta frase Eduardo Galeano da inicio a  uno de los libros más extraordinarios que se hayan escrito jamás sobre la relación histórica entre América Latina y el poder central desde que en 1492 Cristóbal Colón y sus secuaces pisaran por vez primera la madre tierra de Atahualpa, Huáscar y Moctezuma.

Hombres a caballo, blancos y barbudos; llenos de bacterias, espadas y evangelios[2] sentaron los cimientos, de lo que a posteriori serían más de quinientos años de opresión. El “descubrimiento” de América financió el extraordinario crecimiento de la incipiente Europa de los primeros Estados Nacionales, y en consecuencia el específico desarrollo del modelo capitalista de producción. Sin el oro Azteca y sin la plata de Potosí, la historia del poder central hubiera sido diametralmente diferente. Los bienes materiales de América eran el Olimpo. La tierra prometida. El hogar mitológico de Morfeo, Iquelo y Fantaso.

Su gente, en cambio, sólo material descartable, sumiso e ignorante. Elementos desgraciados. Esclavos potenciales. Simpáticos seres inferiores merecedores de instrucción oficial: leyes, dioses y tradiciones europeas. Segunda mano de la población universal que, en caso de pretender ser algo más que basura, debían ser aniquilados -sin piedad alguna- emulando las prácticas represivas que desde 1215 se expandieron por Europa, adquiriendo singular fuerza cuando –casual o causalmente- también en 1492 Tomás de Torquemada diera inicio a la tristemente célebre Santa Inquisición española.

El mapa global estructural estaba claramente delineado. Mientras Europa, condensaba la casta “fina”, “culturizada” y “próspera” de la población universal; en América Latina habría de concentrarse el grueso de la “marginalidad” del planeta: pobladores autóctonos; esclavos africanos -aparentemente más idóneos para la realización de trabajos forzados que los débiles “indios” locales-; e incluso los propios colonos –provenientes mayoritariamente de familias europeas empobrecidas, judíos y/o musulmanes-. Mientras Europa disfrutaba los beneficios del saqueo, América moría de hambre, pudiendo alimentar con sus recursos a la humanidad entera. Mientras Europa crecía a pasos agigantados, América no paraba de padecer.

De allí en más la historia no dejó de repetirse. Año tras años, siglo tras siglo. Incluso tampoco luego de las victorias  independentistas de San Martín, Bolívar y los suyos. Intentos emancipadores por demás meritorios, que en rigor de verdad significaron únicamente la sustitución de un opresor desgastado –España, durante las primeras décadas del siglo XIX- por opresores en pleno auge y desarrollo –los países nórdico-europeos más beneficiados por los avances tecnológicos de la revolución industrial-.

Neo-colonialismos y neo-imperialismos -que de “nuevo” tenían poco- no hicieron más que mantener el statu quo pre-independencias, renovando el genocidio de la primera colonización, dejando a las grandes mayorías de nuestro margen sometidas a minorías proconsulares del poder central.

América Latina debió conformarse con modelar su economía a base de agro-exportaciones. Vender materia prima a módicas sumas, y comprar productos elaborados a cifras siderales. De esta manera dos desigualdades no pararon de crecer. La existente entre los países industrializados y los países productores de materia prima; y la existente entre las clases oligárquicas locales –groseramente obedientes a las directivas del poder central- y las clases subalternas –obreros explotados, indios exterminados, rebeldes criminalizados, etc.-. 

Desde el punto de vista de la “cuestión criminal” América Latina, como histórico patio trasero del primer mundo, hizo las veces de laboratorio experimental de crueldades e inmundicias punitivas. Mientras que en la Europa industrializada del siglo XIX se recurría al modelo de control social benthamiano para disciplinar a los propios europeos; a los fines de controlar la periferia, el modelo preferido de la clase dominante fue el lombrosiano, fundado “en la premisa de la inferioridad biológica de los delincuentes centrales y de la totalidad de las poblaciones colonizadas, o sea, que eran biológicamente inferiores de modo análogo tanto los moradores de las instituciones de secuestro centrales (cárceles y manicomios) como los habitantes originarios de las inmensas instituciones de secuestro coloniales (sociedades incorporadas al proceso de actualización histórica).”[3]

Finalmente durante el siglo XX, la historia es más conocida. Un welfare europeo financiado por una América Latina, donde –paradójicamente- nunca existió el Estado de Bienestar, y una última parte del siglo, bañada de terror neoliberal, adoración al “orden”, actuarialismo, tolerancia cero, etc.[4] 

El siglo XXI no aporta demasiados cambios. El sistema penal no sería nada sin el binomio Estado/Capitalismo.[5] Y éste binomio jamás hubiera sido tan inquebrantable sin la opresión sistemática de nuestra tierra. ¿Resulta poco contundente este argumento si de despreciar el sistema penal especialmente en América Latina se trata? ¿Podremos darnos cuenta a tiempo que el abolicionismo penal no es una idea meramente europea/escandinava y que su aplicación/reflexión en nuestro margen es sumamente necesaria?

Maximiliano Postay


[1] GALEANO, E., Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2010. p. 15
[2] Ibídem, pp. 29-35
[3] ZAFFARONI, E., En busca de las penas perdidas. Deslegitimación y dogmática jurídico-penal, EDIAR, Buenos Aires, 2009, p. 81
[4] Cfr.  SOUSA SANTOS, B., Crítica de la razón indolente. Contra el desperdicio de la experiencia. Volumen I. Para un nuevo sentido común: la ciencia, el derecho y la política en la transición paradigmática, Desclée de Brouwer, España, 2003; WALLERSTEIN, I., “La reestructuración capitalista y el sistema-mundo”, Desarrollo: Crónica de un desafío permanente. Universidad de Granada, España, 2007, pp. 159-182; PREBISCH, R., Capitalismo Periférico. Crisis y transformación, FCE, México D.F., 1981
[5] MOORE, R., La formación de una sociedad represora. Poder y disidencia en la Europa Occidental, 950-1250, Crítica, Barcelona, 1989






16/2/12

Bronca e imaginación no punitiva


A propósito de la tragedia en la cárcel hondureña.[1]

Ayer murieron más de 350 personas en Honduras y no fue ni por un terremoto ni por un tornado ni por la caída de doce meteoritos ni por un atentado perpetrado por la reencarnación del mismísimo Bin Laden. Murieron ni más ni menos que por estar en la cárcel. Murieron por segunda vez. Murieron incendiados. Atrancados por la propia desidia del aparato burocrático más feroz y organizado que la historia universal recuerde: el sistema de castigo penitenciario.

Ayer murieron más de 350 personas, y no es la primera vez que esto sucede, ni mucho menos la última.

Desde que hace más de dos siglos se decidió que el castigo en plazas públicas había pasado de moda y que lo conveniente –en consecuencia- era esconder la brutalidad de las condenas tras potentes barrotes de acero, la cárcel no paró de crecer, desarrollarse y promoverse como única alternativa frente al conflicto social denominado arbitrariamente “delito”.


No obstante esto la realidad indica que todos los objetivos propuestos desde aquella institución han fracasado largamente.

La cárcel no  cumplió nunca con sus propósitos declarados. La cárcel no previene delitos; la cárcel no intimida a los “no delincuentes” inculcándole en sus cabezas el chip de la calma, la tranquilidad y el “no crimen”; la cárcel no resocializa; la cárcel no reconcilia al infractor con la sociedad ni reafirma parámetros culturales basados en la “moral y las buenas costumbres” de aquellos “dueños del circo”, con bastante mayor poder de definición que la media.

La cárcel es un instrumento vergonzoso de reafirmación estructural de desigualdades y opresiones. A la cárcel van los perejiles. Los vulnerables, los distintos. A la cárcel va la lacra, el negro en Estados Unidos, el turco en Alemania, el “wachiturro” en nuestro  bendito país, el boliviano en Chile, etc. etc. etc.

Tuve la posibilidad como profesional del derecho penal y la sociología jurídico-penal de pisar en más de una oportunidad una cárcel. Y todas son bastantes parecidas entre sí. Algunas son más feas, más hediondas; otras tienen instalaciones algo más dignas o algún que otro beneficio adicional para los “internos”, pero todas –absolutamente todas- transmiten esa particular sensación de que “hay algo que está fallando”.

Agentes penitenciarios salidos de la misma casta social de los presos seleccionados como clientes por el sistema penal. Presos repitiendo discursos mecánicamente, como si hasta hubieran perdido la capacidad de pensar con libertad. Lógica de premios y castigos, extorsiones cotidianas y carreras de supervivencia en donde pedir un jabón en grupo es considerado “principio de motín”.  Familias criminalizadas indirectamente a través de flagelos físicos y psicológicos. Ellos, al igual que sus seres queridos en prisión, sufren las consecuencias cuasi letales del estigma “tumbero”.

Ayer murieron más de 350 personas en Honduras y el número es realmente impresionante. No obstante ello la muerte en la cárcel es una figura más que repetida, que a esta altura a nadie puede sorprender. Aquí en la Argentina, a pesar de la negación crónica de los medios masivos de comunicación para dar fe de ello, todos los días y en “circunstancias poco claras” muere alguien en alguna de las unidades del SPF o los diferentes servicios penitenciarios provinciales.

Noticias como esta deben llamarnos a la reflexión. Su alto impacto –principalmente por la importancia de la cifra- debe servirnos mínimamente para trazar algunos puntos de partida, si lo que queremos es revertir este flagelo de inexplicable vigencia y que tragedias como la del penal de Comayagua no vuelvan a repetirse.

Ayer murieron más de 350 personas en Honduras. Lo subrayo una y otra vez y aún no admito como a nadie –al menos en los grandes escenarios de la discusión política/periodística- se le ocurrió plantear el FIN del fenómeno de lo carcelario como mecanismo regulador del conflicto social como una hipótesis “tímidamente” a considerar.

Atento esta falta y consciente de lo apriorísticamente utópico de este objetivo de máxima, me permito plantear algunas cuestiones concretas, de urgente y harto posible materialización en el corto plazo.


No pretendo ser el dueño de la verdad ni recitar propuestas cual fórmulas mágicas, sino por el contrario solamente incorporar algún que otro matiz a la discusión alrededor de esta materia:
Se me ocurren algunas cuestiones:

1)  Construir nuevas cárceles no hace más que aumentar la oferta de “locaciones de encierro” y con ello maximizar la cantidad de personas bajo la órbita punitiva. Si lo que se pretende es solucionar el problema de la superpoblación carcelaria este definitivamente no es el camino. En su lugar sugiero decretar la prohibición de construir nuevos establecimientos carcelarios y desalentar la existencia –cuanto menos- de las cárceles para más de 150 personas. Esto último favorecería la convivencia carcelaria, democratizaría la lógica institucional intra-muros y contribuiría a promover el abordaje individual de la problemática socio-estructural que generalmente padecen los reclusos. Además evitaría accidentes y/o tragedias masivas como la registrada en Comayagua o acontecimientos de gravedad similar.

2) Paralelamente se impone la materialización de un PLAN NACIONAL DE DESCRIMINALIZACIÓN PROGRESIVA DE CONDUCTAS. Hoy nuestro país tiene una tasa de prisionización muy elevada (153 detenidos c/100 mil habitantes aproximadamente), lo que equivale a un total de 65 mil presos si sumamos los alojados en las unidades del SPF y los establecimientos provinciales. Según datos oficiales la razón del encierro de la mayoría de ellos no estaría a priori emparentada a “tipos penales” violentos. Alrededor de 40 mil personas estarían detenidas por haber cometido delitos contra la propiedad o por alguna infracción a la ley de drogas N° 23.737 (generalmente consumo o tenencia de estupefacientes). Si logramos imponer la idea que el abordaje en materia de adicciones debe estar ligado al paradigma de la salud y no a la esfera de lo criminal y advertimos que los conflictos en los cuales está en juego el bien jurídico “propiedad” son atendibles desde el fuero civil, administrativo o la instauración de mediaciones comunitarias, habremos arribado a un punto en el cual resultaría naturalmente de más fácil tratamiento la situación de 15/20 mil personas que la de las citadas 65 mil.  Si a eso le sumamos que del total de la población carcelaria tenemos un 70 % aproximadamente en situación de prisión preventiva y si logramos que los jueces comprendan que el uso de este instituto es constitucionalmente excepcional, el circuito del encierro burocrático se reduciría todavía más.

3) Desde la letra de la ley de ejecución penal N° 24.660 (y las normativas provinciales concordantes) se afirma que el principal objetivo de las cárceles es la resocialización de los individuos que por allí pasan; pero a decir verdad poco se hace para que esto sea así. En principio porque es imposible resocializar a alguien sacándolo de la sociedad. Esto es básicamente una contradicción en sí misma  o a lo sumo un grueso error conceptual que olvida que los “delincuentes” no son seres de otra galaxia merecedores de “socialización estatal”. Considerando que en nuestro país hay alrededor de 1500 conductas declaradas por ley como delitos, no es descabellado pensar que todos (y cuando digo todos es TODOS) en algún momento hayamos cometido alguna infracción de este tipo.

Sin perjuicio de ello, y “haciendo de cuenta” que la mentada resocialización puede ser remotamente posible, resulta de una hipocresía extrema pedir que un preso con condena cumplida se reinserte a la sociedad, mientras paralelamente se le ponen trabas en el camino para por ejemplo conseguir trabajo, a partir de la existencia del “popular” Certificado de Antecedentes Penales.  En este sentido se impone con urgencia la derogación de este tan particular instrumento, o en su defecto la limitación de su existencia a controles internos del Estado, evitando que cualquier eventual empleador pueda tener acceso a “cierta información”. De lo contrario no hacemos más que agregarle a la pena de prisión un castigo adicional traducido en el estigma social post-penitenciario que el nombrado “registro” representa. Si alguien cumplió su condena satisfactoriamente no tenemos porqué dificultarle su vida extra-muros con medidas burocráticas tan excluyentes y sectarias como esta, cuyo único resultado es acrecentar los índices de reincidencia y en consecuencia la población penitenciaria. 

4) De más está decir que no veo mal que se invierta dinero en mejorar las condiciones edilicias de las unidades ya existentes y que se promueva la flexibilización del regimen de salidas transitorias y libertad condicional de los hoy privados de su libertad, acompañados por el Estado, ya no desde su faceta represiva sino desde su costado social. Son bienvenidos planes de inserción educativa, laboral, sanitaria, habitacional, cultural, etc. especialmente orientados a los presos de regreso al medio abierto. 


Intentar algo diferente en materia de política penitenciaria y dejar de reproducir viejos discursos y/o praxis cuya inutilidad intrínseca fue harto demostrada resulta un gran paso adelante, digno de celebración y reconocimiento. Involucrarse en la problemática existencial de los “homo sapiens” que dejaron de serlo para transformarse en meros “canario sapiens” –sin voz, sin voto, sin identidad, y con la peor de las mochilas a cuestas- es lo único que hoy “me salva” de la profunda bronca que noticias como la que aquí comento me generan.

A seguir trabajando, a inventar alternativas, a crear propuestas superadoras del sistema penal vigente y a dignificarnos como sociedad. La memoria de más de 350 personas en Honduras y miles de “víctimas” sin rostro desparramadas por todo el universo, así lo merecen.


Maximiliano Postay



[1] Nota publicada el día 16 de febrero de 2012 en la página web de la Asociación Civil Pensamiento Penal: http://www.pensamientopenal.com.ar/





13/2/12

Especial San Valentin



Carta N°1: Sólo quiero que me dejen tener sexo con ella      
(Basado en una historia real)
                 
(INCLUYE PROYECTO DE DECRETO “DEL AMOR, EL SEXO Y LA LOCURA”)

“Hace más de un año y medio que sólo la veo vestida. Viene a visitarme al penal todas las semanas. No saben lo linda que es. Me banca siempre. Ahora más que nunca. Me ama como el primer día. Y yo también, quizás, todavía un poco más que entonces.  

En el servicio penitenciario federal sólo me dejan besarla, acariciarla, no mucho más. No puedo cruzar la línea de lo “moralmente correcto”. No me lo permiten. Tener sexo con ella, se vuelve –muy a mi pesar- un deseo de imposible cumplimiento.

Cuando estoy con ella en horario de visitas, tentaciones pornográficas me abordan por completo. 

Tiemblo. Transpiro. No logro fijar mi atención, ni en la comida, ni en los regalos, ni siquiera en las novedades del “afuera”. 

Todo es nada. La veo apenas a cinco centímetros de mi cuerpo y casi que no respondo de mi…

Quiero cogerla. 

A todo esto los guardias me miran inquisidores, como si su objetivo último fuera el control definitivo de cada uno de mis movimientos. 

¿Intuirán que me muero por tenerla a solas y en un cuarto cerrado, al menos un par de horas? ¿Sabrán que sueño con sus tetas, con la humedad de su sexo, con sus gemidos? ¿Sabrán que me desvelo pensando en su último orgasmo conmigo? ¿O qué cada vez que me masturbo, en silencio y por las noches, pienso en ella y el perfume delicado de su ropa interior? Probablemente sí, pero sospecho que poco les importa.

Una tarde, al finalizar una actividad programada con la gente de Caritas, se me ocurrió preguntarle a uno de los guardias el porqué de semejante decisión. Si toda la población carcelaria goza del derecho a “visitas sexuales”, qué hice yo -y el resto de mis compañeros- para no poder satisfacer algo tan elemental como mis impulsos eróticos.

Su respuesta me llenó de ira. Me miró con sorna, de los pies a la cabeza, hizo una pausa, respiró con cierta dificultad y con voz chillona y petulante dijo: “Vos estás loco querido, y los locos no cogen. Acá la normativa es clarísima. Vos no sos un preso común. Vos sos un loquito peligroso y hay ciertas cosas que no vas a poder hacer jamás. ¿Te quedó claro? Ahora seguí con lo que estabas haciendo, y no me jodas más con tus preguntas de pajero.”

Por un minuto pensé en asesinarlo. Aún no sé cómo hice para contenerme. Quizás saber que mañana ella iba a visitarme, pudo más que cualquier provocación uniformada. Además de qué sirve matar a este microbio, cuando todo el sistema parece estar en mi contra. Puta madre que los parió. A veces no entiendo ni siquiera para qué escribo cosas como estas.

Ricardo, el preso con más experiencia de todo el pabellón me sacó todas las dudas apenas unos minutos después. Leer con atención el artículo 68 del Anexo I del Decreto N° 1136/97, reglamentario de la ley de ejecución penal, N° 24.660 fue para mí una puñalada”. 

El artículo 68 del ANEXO I del Decreto N° 1136/97 expresa literalmente que: “No podrá recibir la visita de reunión conyugal (también llamada visita sexual, intima o higiénica –paréntesis mío-) el interno alojado en establecimientos o secciones especiales de carácter asistencial, médico, psiquiátrico o en los que se desarrollen regímenes terapéuticos especializados”

Afirman que la razón de esta medida es que el sexo puede descompensar al “preso loco” o desviar el objetivo y/o la continuidad de su tratamiento.

Para todos aquellos especialistas que vociferan lo antedicho vaya el mayor de mis repudios. Su ortodoxia, insensibilidad y patetismo me dan asco. Vergüenza ajena.  

Algo tan arbitrario e injustificado como eso no puede mantenerse en el ordenamiento jurídico vigente ni un minuto más.

Modificar esto no es para nada difícil. No hacen falta revoluciones, trincheras tira-bombas ni actos heroicos. Sólo la redacción de un pequeño decreto presidencial que derogue la normativa citada –y junto con ella, cada uno de los preceptos que hagan algún tipo de diferencia explícita entre los presos que tienen algún problema emparentado a la salud mental y los “presos cuerdos”-.

Puñado de vistos, considerandos y tres o cuatro artículos que -más o menos- podrían verse así… 

Con ustedes el decreto “del amor, el sexo y la locura”… a militarlo…



Proyecto de Decreto Reglamentario. Ley 24.660. Ejecución de la pena privativa de la libertad para personas afectadas en su salud mental

Visto la ley nacional N° 24.660, con sus modificatorios y complementarios;  los decretos reglamentarios de la ley N° 24.660, N° 18/97, 1058/07, 1136/97, 396/99 y 1139/00;  el decreto N° 457/10, la ley nacional N° 26.657

Considerando
Que en nuestro país la protección de los derechos humanos de las personas con algún tipo de padecimiento o trastorno en su salud mental ha cobrado especial relevancia en los últimos años, adquiriendo inéditos niveles de difusión y desarrollo.
Que prueba de lo antedicho resulta la creación de la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones, en el marco de la Secretaría de Determinantes de la Salud y Relaciones Sanitarias del Ministerio de Salud de la Nación, a través del decreto presidencial N° 457/10; y especialmente la promulgación de la Ley Nacional de Salud Mental, N° 26.657.
Que del espíritu de dicha normativa se deduce un notable cambio de paradigma, a partir del cual el contexto socio-cultural del afectado, su humanidad y existencia psico-física, su autonomía, y principalmente la ya mencionada protección sine qua non de sus derechos fundamentales, relegan a un plano netamente residual –cuasi anecdótico-  vetustos criterios médico-positivistas, a través de los cuales la alienación, el encierro y/o el segregamiento del “loco peligroso” eran escenarios harto habituales.
Que a raíz de lo expuesto la salud mental debe interpretarse necesariamente en un sentido amplio “como un proceso determinado por componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales de toda persona” (Art. 3, párrafo 1, Ley N° 26.657); incluyendo el abordaje integral de todo tipo de adicciones (Art. 4, Ley N° 26.657).
Que dichas transformaciones normativas alcanzan a todas las personas con padecimientos mentales, incluso a aquellas que por cualquier razón, causa o motivo se encuentren privadas de su libertad.
Que desde la Comunidad Internacional dichos criterios son ampliamente respaldados; véase en este sentido especialmente lo estipulado por la “Convención Sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad” y por los “Principios de Naciones Unidas para la Protección de los Enfermos Mentales y para el Mejoramiento de la Atención de Salud Mental”; y en líneas generales la normativa internacional tendiente a impedir todo tipo de trato discriminatorio, sectario  y/o excluyente.
Que la ley de ejecución de la pena privativa de la libertad, N° 24.660 viene a regular la convivencia de los internos alojados en establecimientos pertenecientes a la órbita del Sistema Penitenciario Federal. 
Que dicha ley ha sido reglamentada en varias oportunidades por el Poder Ejecutivo de la Nación, con el objetivo abierto y manifiesto de darle mayor operatividad práctica a sus lineamientos generales; véase los decretos presidenciales N° 18/97, 1058/97, 1136/97, 396/99 y 1139/00.
Que varias de esas reglamentaciones alcanzan hipótesis fácticas vinculadas a personas privadas de su libertad con alguna problemática emparentada a su salud mental; perjudicando en los hechos abiertamente a este sector, no obstante las buenas intenciones teóricas que en su momento se pudieron haber tenido.
Que bajo ningún punto de vista tener una problemática vinculada a la salud mental en un ámbito de encierro con las características que poseen los establecimientos del Servicio Penitenciario Federal, puede ocasionar un desmedro extra y/o adicional a la restricción natural a la libertad ambulatoria, que de por sí supone un castigo de tipo penal.
Que la prioridad y objetivo principal de la sanción penal a efectivizarse en un establecimiento penitenciario, debe ser la posterior inclusión social de las personas que la padecen; especialmente cuando se trate de sujetos con evidentes rasgos de vulnerabilidad socio-cultural, tal es el caso de  aquellos doblemente estigmatizados por su condición de “presos” y “enfermos mentales”.
Que mantener normativas tendientes a fragmentar arbitrariamente a la población carcelaria entre “enfermos mentales” y “no enfermos mentales”, en palpable perjuicio de los primeros, además de contrariar el nuevo paradigma referido, supone un inadmisible caso de discriminación estructural ejercida por las propias instituciones del Estado.
Que a los fines de finiquitar dicho estado de situación institucional resulta imperioso derogar la normativa específica que presente estas falencias.
Que han tomado la intervención que les compete los servicios jurídicos de las jurisdicciones involucrados.
Que la presente medida se dicta en el ejercicio de las atribuciones emergentes del artículo 99, inciso 1 de la Constitución Nacional.
Por ello;

La Señora Presidenta de la Nación Argentina

Decreta:
Art. 1°: Las personas privadas de su libertad que presenten alguna afectación en su salud mental, en los términos previstos en la Ley Nacional de Salud Mental, N° 26.657, no obstante su estado de situación judicial y/o  el establecimiento de detención en el que se encuentren alojados, gozarán de los mismos derechos y beneficios que el resto de la población carcelaria.
Art. 2°: Deróguese el Artículo 68 del ANEXO I del Decreto N° 1136/97.
Art. 3°: Deróguese el Artículo 73 del Anexo I del Decreto N° 396/99.
Art. 4°: A los fines de dar cumplimiento a lo estipulado en los artículos precedentes los establecimientos penitenciarios destinados al alojamiento de personas con alguna problemática emparentada a la salud mental, previo impulso de la Dirección Nacional del Servicio Penitenciario Federal, deberán procurar adaptar sus instalaciones edilicias, sus organismos de aplicación y la organización interna de sus recursos humanos y  materiales, en un plazo no mayor a 60 días desde la publicación en el Boletín Oficial del presente decreto; dejándose sin efecto en forma inmediata cualquier disposición administrativa que contraríe directa o indirectamente lo aquí establecido. 
Art. 5: Comuníquese, publíquese, dese a la Dirección Nacional del Registro Oficial y archívese.   

“Mi libertad, mi condena... mi espina siniestra, el sinsabor del mañana conocido... un reloj sacudiendo mis impulsos y un tocadiscos recitando mis miserias una y otra vez...

Sobredosis incoherente de mis musas... torbellino sosegando mis almohadas… migaja sumisa de un pan para pocos… arteria simulada sin sangre y sin oxígeno.

A vos corazón que latís a medias, a vos que sabés que todo pasa...

Me aparto un segundo para hablar con el tiempo;  nuevamente mil peleas entre dos hombres sin cuerpo..., fracasados sin revancha... aturdidos por el cielo imprevisible de los ceros...

¿Cuál es la razón de tu designio “maldito gigante de piedra y acero”?  ¿Cuál es tu antesala,  tu argumento  “subsuelo pantanoso que hoy me aturde”?

Suspirá… mirame fijo… concentrate… falta menos…”
Maximiliano Postay









10/2/12

Los juegos de la exclusion


A propósito de la polémica en torno a la muerte de Jazmín De Grazia

Como no podía ser de otra manera LTF toma partido frente a la increíble discusión que se está dando alrededor de las polémicas fotos sobre la muerte de Jazmín de Grazia que Crónica publicó ni más ni menos que en su tapa.

En esta oportunidad no hablaremos de cuestiones judiciales, ni de la responsabilidad de la policía ni mucho menos de la libertad de prensa, sus límites éticos y/o morales; sino de la utilización que muchos espacios de poder y/o comunicadores hicieron de esta tragedia para instalar/reinstalar y mostrar como única verdad y alternativa el paradigma de la “tolerancia cero” frente a las drogas.

Es increíble el valor de ciertas palabras. Su resignificación se hace a través de una decisión política originada en fuertes sentimientos religiosos, para luego convertirse en una espada de fuego que divide al mundo entre excluidos e incluidos. 

Cocaína, Marihuana, Heroína dejan de tener una significación alusiva a su etiología como sustancias y/o a sus probables efectos biológicos y devienen en serpientes infernales capaces de captar a los individuos y travestirlos en delincuentes, sátiros, cuasi demonios, cuando no crueles traficantes o aviesos destructores de la humanidad. Hoy le toca a la modelo y periodista Jazmín de Grazia y mañana a cualquiera  de nosotros.

En nombre de vaya a saber uno que particular “puritanismo” –poco creíble por cierto, viniendo de quien viene-  se suele hacer pesca variada y todo pasa a ser parte de una misma bolsa: consumidores mínimos, trafi-adictos, mulas desvencijadas, inmigrantes clandestinos y demás prototipos; sujetos a la explotación, el ninguneo y cuando no la destrucción de un variopinto ejercito de jueces, psiquiatras, policías, docentes, comunicadores sociales, narcotraficantes, opinólogos y un largo etcétera.

Nadie niega las reales necesidades o padecimientos de quienes mínimamente pueden hacerse cargo de ellos mismos. A no confundirse. Una cosa es expresar una necesidad y otra muy distinta, imponerla.

La relación social con las sustancias se ha generalizado. Se extendieron sus usuarios, los tipos de sustancias, la edad de inicio del consumo, su prolongación en el tiempo y la incorporación de cualquier clase social o geografía a su circuito; la procedencia socio-cultural de la joven fallecida así lo corrobora.   

No obstante esto, el efecto generado por lo antedicho no fue el de la aceptación de la problemática desde una mirada social inclusiva, sino la extensión y/o multiplicación de la etiqueta o el estigma.

¿Pero, por qué tanto énfasis frente a un mero objeto –las drogas-? ¿Por qué tanta obsesión, tanto inmediatismo y tanto furor por parte de los  comunicadores favoritos de la opinión publica  enormemente apoyados por los medios en los que trabajan ?

Porque este objeto – las drogas - fue dotado de alma a partir de una decisión política, emparentada a un modelo económico determinado y a una lógica represiva archi funcional a él, tanto como la perspectiva ideológica de los periodistas referenciados.

Las preguntas caen de maduro: ¿Cuándo nos decidiremos a dar vuelta esta tendencia y afrontar con mayor seriedad y amplitud analítica la problemática de las “drogas”? ¿Cuándo dejaremos de ver al “otro adicto” como un “otro” ajeno al “equipo de los buenos” –culpable de pecados imperdonables-?

Es tiempo de diferenciar las necesidades  de la humanidad tomada en su conjunto, de las necesidades especificas de aquellas personas empeñadas en convertir a una parte  de sus congéneres en exclusivos destinatarios de un prejuicio instalado como un artículo de fe: el adicto es un ser diferente y todo lo que lo rodea es malo y repulsivo.

Está en nosotros proponer romper con los vínculos de la imposición construida desde la ignorancia, resignificada como ciencia y articulada como mandato; pues el único mandato que debemos considerar se construye a través de la opción de la libertad -ejercida principalmente por el propio usuario-, respetando diferencias ético-existenciales, y sobre todo luchando contra el oscurantismo que una y otra vez pretende perpetuarse.

El paradigma de la guerra a las drogas y la intolerancia fracasó rotundamente en Argentina y en el Mundo. No permitamos que oportunistas de café, ávidos de puntos de rating y minutos de pantalla y/o políticos desorientados, sin ideas, con intereses inconfesables y harto proclives a demagogias punitivas nos hagan olvidar el eje del camino a recorrer. 



8/2/12

Homenaje al Flaco


Luís Alberto Spinetta
 23 de enero de 1950 – 8 de febrero de 2012

Se fue un militante por la libertad, un LTF, un comprometido, un sensible. Las metáforas de luto...

 “Las almas repudian todo encierro, las cruces dejaron de llover”. En contra de la cárcel, en contra del “loquero”… a favor de “El flaco”...


Cantata de Puentes Amarillos


Todo camino puede andar

Todo puede andar... 

Con esta sangre alrededor

no sé que puedo yo mirar

la sangre ríe idiota

como esta canción

¿ante qué? 

Ensucien sus manos como siempre
Relojes se pudren en sus mentes ya 

y en el mar naufragó
una balsa que nunca zarpó
mar aquí, mar allá 

En un momento vas a ver
que ya es la hora de volver
pero trayendo a casa todo aquél
fulgor
¿y para quién? 

Las almas repudian todo encierro
las cruces dejaron de llover 

sube al taxi, nena
los hombres te miran
te quieren tomar
ojo el ramo, nena
las flores se caen, tienes que parar
Ví las sonrisas muriendo en el carrousell
Vi tantos monos, nidos, platos de
café, platos de café, ah 

Guarda el hilo, nena
guarden bien tus manos
esta libertad
ya no poses, nena
todo eso es en vano
como no dormir 

Aunque me fuercen yo nunca voy a decir
que todo tiempo por pasado fue mejor
mañana es mejor
Aquellas sombras del camino azul
¿dónde están? 
yo las comparo con cipreses que ví
sólo en sueños
y las muñecas tan sangrantes
están de llorar
y te amo tanto que no puedo
despertarme sin amar
y te amo tanto que no puedo
despertarme sin amar

¡No! nunca la abandones
¡No! puentes amarillos
Mira el pájaro, se muere en su jaula
¡No! nunca la abandones
Puentes amarillos, se muere en su jaula
Mira el pájaro, puentes amarillos
Hoy te amo ya
y ya es mañana
Mañana
Mañana
Mañana



5/2/12

Militancia, propaganda y referencia



Érase una vez un grupo de individuos libres. Hombres y mujeres como cualquiera de nosotros. Sueños ambulantes, sin Dios y sin Estado. Piedras en el zapato del poderoso. Demonios urbanos. Hijos sin familia, soledades compartidas. Peones de ese rey que ya no existe. Trovadores incansables. Trotamundos sin fronteras. Gemidos. Páginas escritas con la tinta horizontal de las metáforas. “Astillas, clavos miguelitos, cabezas de tormenta, marabunta suelta y errante en el panal psíquico del orden burgués”.[1]

Pretéritos al margen; anécdotas, leyendas e ilusiones. No obstante la añoranza, la realidad indica que los anarquistas sobreviven aún hoy al paso de los años. Víctimas de infinitas persecuciones -principalmente durante su época de esplendor sobre el final del siglo XIX y principios del siglo XX-; ni la saña lombrosiana[2] ni la subestimación y/o desnaturalización permanente de sus mensajes y proclamas[3] fueron lo suficientemente fuertes como para sepultar en el temible cementerio de las reflexiones caducas las ideas “utópicas” de aquellos “personajes”.

En Barcelona, en San Pablo, en México D.F., en Sevilla, en Ámsterdam, en Rosario, en Buenos Aires, en Roma, en Calabria, en Asunción, en Caracas y en una inmensa lista de urbes y campañas, las trincheras anarquistas yacen erguidas –dignas y honorables-, año 2012 mediante.

Ya no hay plazas llenas de banderas rojas y negras; ni un Bakunin[4] ni un Malatesta ni un Kropotkin recitando discursos memorables. Ya no hay temores oficiales justificados. Ni policías desvelados por un tal Simón Radowitzky. Poco queda de aquel ruidoso e influyente anarco-sindicalismo; de aquellos meses de ensueño en la Catalunya anti-Franco. Poco queda de los viajes de Rafael Barret y Pietro Gori; o de la revolución mexicana y Ricardo Flores Magón.[5]  Disímiles como pocos. Individualistas o colectivistas. Pacifistas o expropiadores. Organizados o anti-organización. Sus diferencias internas -muchas veces irreconciliables y otras tantas meras excusas para seguir discutiendo-, tampoco mermaron su permanencia pétrea.

Vaya misterio el del pensamiento libertario. Nunca fueron demasiado numerosos. Nunca lograron encarrilarse detrás de una única vertiente. Nunca elaboraron teorías ultra racionalizadas ni pensamientos laberínticos, dignos de admiración profana. Nunca negociaron sus postulados ni vendieron su dignidad al mejor de los postores. ¿Y entonces? ¿Cómo se explica que todavía estén de pie? ¿Cuál es el secreto? 

Sin duda alguna me atrevo a sentenciar que los anarquistas, de ayer y de siempre, deben su permanencia -so pena de óbices, trampas de oso, entuertos exógenos y contradicciones endógenas- a su infatigable vocación propagandística. Donde había un anarquista, había un orador en potencia. Donde había dos anarquistas, había un debate público digno de ser escuchado atentamente. Donde había tres anarquistas, había un panfleto y una revista inminente. La consigna era simple.

No eran educadores, predicadores ni profetas. Pero tenían una convicción profundamente arraigada: “el cambio” sólo era viable, con el apoyo –crítico y no devocional- de la mayor cantidad de personas posible: “El anarquista no admite treguas. Su actividad se concreta en lucha continua y su interés estriba en prolongarla todo lo posible. Se muestra intratable, intransigente, sin piedad con los que detentan el poder administrativo, intelectual y económico. No acepta concesiones sociales a cambio de una relativa tranquilidad, haciéndose el cómplice de las gentes interesadas en el mantenimiento de la actual sociedad, sino que lleva a la mayor intensidad y constancia su labor de crítica profunda y seria. Rechazamos, pues, las fórmulas fijas, porque no debemos tener en cuenta más que las circunstancias relativas del presente que vivimos.”[6]

Cualquier excusa era buena para transmitir nociones libertarias; desde la improvisación y la espontaneidad, hasta lo producido en conjunto en centros culturales, círculos u asambleas. En Buenos Aires, por ejemplo, en el año 1904 llegó a haber 51 centros libertarios, a través de los cuáles la actividad propagandística era concebida por sus miembros como algo integral, no sólo destinado a trabajadores, explotados, “sino también a sus esposas e hijos”. [7]

Debates históricos, sociales y filosóficos eran combinados con actividades culturales y/o festivas -alejadas de los parámetros de ocio impuestos arbitrariamente por la sociedad burguesa-, en las cuáles se trataba de exacerbar la ética anarquista en detrimento de los vicios superfluos de la cultura retrógrada ofertada habitualmente por la élite dominante. [8]

Míticas publicaciones ácratas porteñas como: “El descamisado” (1870); “El perseguido” (1890); “La protesta humana” (1897) –desde 1903 en adelante “La protesta”-; y “El rebelde” (1898);  dieron sus primeros pasos en aquellos años.[9]

Hoy más de un siglo después, y por la módica suma de tres pesos argentinos, tengo entre mis manos el Nº 8.249 de “La Protesta”, correspondiente al bimestre Junio-Julio de 2010. Un puesto de diarios, a metros del Congreso de la Nación Argentina, sobre la Av. Callao (entre Rivadavia y Bartolomé Mitre), lo exhibe orgulloso en sus vitrinas a la sombra de Clarín, Página 12 y la revista Playboy. Desde la segunda página un titular logra entusiasmarme: “Presos a la calle”: “¡No se confundan sociedad! LA DEMOCRACIA TAMBIÉN ASESINA, TORTURA Y DESAPARECE PERSONAS.”[10]
 
La actividad epistolar e incluso la controvertida y harto violenta “propaganda por el hecho” también formaron parte del copioso arsenal propagandístico de los clásicos movimientos libertarios.

Va un ejemplo por demás ilustrativo: Ravachol, activista anarquista nacido en Francia en 1859, y muy cuestionado incluso por sus propios compañeros libertarios -por las muchas veces exagerada violencia de sus prácticas- “ya arrestado y después de haber comido bien en prisión, le dice a sus guardias que tiene por costumbre hacer propaganda en todos lados, y les pregunta: ¿Saben ustedes qué es la Anarquía?”[11]

Evidentemente eso de que la filosofía libertaria “no constituye un modo de pensar la sociedad de la dominación, sino una forma de existencia contra la dominación”,[12] no es simplemente una frase acartonada: “Para innovar y con ello dar vida hay que atreverse a profanar, sin la menor reserva, hay que aprender a ser radicalmente irrespetuosos”[13]

¡Cuánto puede aprender en la actualidad la militancia abolicionista penal de estas extraordinarias enseñanzas! La propaganda temática –estructuralmente elucubrada-, en oposición a los muros, las jaulas y las cadenas cualquiera sean sus formas, razón de ser y/o genealogía debe multiplicar su densidad y debe hacerlo AHORA.

Revivir la metafísica del panfleto, generar espacios de difusión de ideas adaptados a la sociedad cibernética contemporánea, ir aula por aula en todas las universidades que sea posible promocionando actividades culturales, copar el espacio público, etc. En resumen: lo que se nos ocurra. El límite es el cielo. Creatividad, creatividad y más creatividad. Instalar la discusión radicalizada en contra de las cárceles, los manicomios, las granjas de tratamiento compulsivo para adictos y hasta los geriátricos (por sólo citar algunos ejemplos) resulta para todos aquellos que compartimos el desprecio visceral por la “cultura represiva" una obligación irrenunciable.

Maximiliano Postay



[1] FERRER, C, “Átomos sueltos. Vidas refractarias”, en Cabezas de tormenta. Ensayos sobre lo ingobernable, Utopía Libertaria, Buenos Aires, 2008, p.16
[2] LOMBROSO, C., Los anarquistas, Editorial La Protesta, Buenos Aires, s/f (Acompañado de la respuesta de Ricardo Mella, 1896). Obra escrita originalmente en 1894, en la cual el criminólogo italiano, atribuía la conducta anti-sistema de los anarquistas a sus características físicas y/o mentales, tildándolos de degenerados, morbosos, histéricos, hijos de padres viciosos, etc.
[3] Véase a título de ejemplo lo expresado en: GUÉRIN, D., El anarquismo, Utopía Libertaria, Buenos Aires, 2008, pp. 103 y sigs.
[4] “El revolucionario ruso sólo se hallaba a gusto entre energías desatadas y entre gente decidida. Max Nettlau lo abarcó en una frase acertada: Bakunin se había transformado en una Internacional él mismo. Fernando Savater diría más tarde que fue el mayor espectáculo del siglo XIX. En efecto, su biografía fue legendaria mucho antes de su muerte”. (FERRER, C., “Deicidio y Disidencia”; Introducción de: BAKUNIN, M., Dios y el Estado,  op. cit., p. 7).
[5] VIÑAS, D., Anarquistas en América Latina, Paradiso, Buenos Aires, 2009, pp. 47 y sigs.
[6] ARMAND, E., El anarquismo individualista. Lo que es, puede y vale, Utopía Libertaria, Buenos Aires, 2007, p. 126 (Traducción a cargo de M. Martínez).
[7] SURIANO, J., Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires. 1890-1910, Manantial, Buenos Aires, 2008, pp. 38-50
[8] Ibídem, pp. 156 y 157
[9] Ibídem, pp. 186 y 187
[10] La mayúscula corresponde al original.
[11]  DAURIA, A., Contra los jueces. El discurso anarquista en sede judicial, Utopía Libertaria, Buenos Aires, 2009, p. 55
[12] FERRER, C., “Átomos sueltos. Vidas refractarias”, op. cit., p. 19
[13] IBAÑEZ, T., “Instalados en la provisionalidad y en el cambio… (como la vida misma)”, en Actualidad del anarquismo, Utopía Libertaria, Buenos Aires, 2007, p. 135