Por estas horas la Universidad
Nacional de la Matanza asiste a un evento que huele a oportunidad perdida. A
puñal. A golpe certero. Una vez más, como tantas otras veces el oscurantismo
político preso de “sagradas coyunturas” le gana la pulseada a la verdadera vocación
transformadora. La militancia se desvanece. Las convicciones ya no son determinantes.
La demagogia destruye las ideas de fondo, las contamina. La demagogia reverencia
la pobreza argumental y, sin más, retrocedemos casilleros a velocidades
incuantificables.
Tenían absolutamente todo para
barajar y dar de nuevo. Tenían consenso. Tenían apoyos. Tenían a los
principales referentes latinoamericanos de la criminología y el derecho penal de su
lado. Tenían vocación. Tenían voluntad. Tenían logística. Tenían recursos. Ganas
de darle al pensamiento crítico de la región una impronta autóctona. Ganas de
juntarse, de interactuar. Tenían la mística del pasado que regresa, el
antecedente de la “criminología de la liberación”. Tenían futuro. Tenían
coherencia. Tenían todo eso, pero ahora sólo tienen una foto con Ricardo Casal.
Estoy con muchísima bronca. Sin
ganas de medir mis palabras. Hablo en caliente. No puedo hablar de esto en
otros términos. Lo que sucedió hace pocos minutos en el Congreso organizado por
ALPEC (Asociación Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología) me duele profundamente.
No logro entenderlo. O sí. Pero entenderlo duele aún más que la incomprensión
absoluta.
A veces soy demasiado ingenuo. A
veces realmente creo que hay cuestiones que no se negocian. Y que si escribís/hablás/pensás de una manera, lo mínimo que podemos exigirte es que actúes en idénticos
términos.
Son mis amigos. Mis compañeros. Mis referentes.
Los siento cercanos, pero lo que hicieron es desastroso. Sumamente desagradable. ¿Por qué carajo se prestaron a
compartir ni más ni menos que una apertura de un congreso -con semejante
potencial- con un personaje tan nefasto como el actual Ministro de Justicia del
Gobierno de la Provincia de Buenos Aires?
No todo debe mezclarse. No todo
debe ensuciarse. No todo da lo mismo. La tolerancia cero, la represión, la mano
dura, la exaltación de las políticas punitivas, la complicidad con la tortura y
una infinidad de etcéteras que sin duda alguna acompañan -casi por inercia-
la figura de Ricardo Casal, no pueden ocupar los mismos espacios que, por ejemplo, el
pensador que popularizó en la Argentina (y en toda la región) la teoría agnóstica del
derecho, la criminología cautelar o la selectividad por vulnerabilidad del sistema
penal.
¿Acaso se imaginan a Rudolph
Giuliani sentado en la misma mesa con Loic Wacquant, a Margaret Thatcher
dialogando de igual a igual con Louk Hulsman o Stanley Cohen o a Alessandro
Baratta o Massimo Pavarini compartiendo escenarios con Silvio Berlusconi? ¿Y
entonces? ¿En qué estaban pensando? ¿Por qué lo permitieron?
Con el Gobierno Nacional hay idas
y venidas, contradicciones muy fuertes, pero filtraciones también destacables.
Al Gobierno Nacional podremos discutirle infinidad de cosas, pero por lo menos
hay cierto margen para el diálogo y la construcción de algún escenario
superador en alguna que otra materia específica. Con Casal y cía. esto
claramente no es posible.
No hace falta explicitar su
currículum vitae o ensayar una mini biografía al estilo wikipedia. Con escuchar
a los presos del sistema penitenciario bonaerense (y/o a sus familiares) y que
ellos mismos te cuenten que significa Casal es más que suficiente.
Casal no es sólo un nombre. Casal es un concepto.
No hay que ser un genio para saber que Ricardo Casal no tiene nada que ver con aquellos cuestionamientos que ALPEC pretende (o pretendía) poner sobre la mesa. Basta con escucharlo hablar algunos minutos, con poner su nombre en google, con meterse en la página web de su cartera de gobierno o con simplemente preguntar qué opinan sobre él las organizaciones de base que día a día caminan de punta a punta la Provincia de Buenos Aires. Insisto. No hay que ser un genio. Insisto ¿por qué carajo lo hicieron?
No hay que ser un genio para saber que Ricardo Casal no tiene nada que ver con aquellos cuestionamientos que ALPEC pretende (o pretendía) poner sobre la mesa. Basta con escucharlo hablar algunos minutos, con poner su nombre en google, con meterse en la página web de su cartera de gobierno o con simplemente preguntar qué opinan sobre él las organizaciones de base que día a día caminan de punta a punta la Provincia de Buenos Aires. Insisto. No hay que ser un genio. Insisto ¿por qué carajo lo hicieron?
Me hubiera encantado estar
discutiendo en este documento, pronunciamiento o carta abierta otras cuestiones
también sumamente relevantes. Manifestar mi repudio por la no inclusión del
abolicionismo penal como temática de referencia en los diferentes paneles de la
actividad. Manifestar mi rechazo por el formato del congreso y por no abrir el
juego a otros sectores que por fuera de la academia también tienen mucho para
decir. Me hubiera encantado únicamente tener que decirles “tibios”, precisamente
por no asumir estos riesgos o enunciar teórica y políticamente las falencias del
agnosticismo zaffaroniano.
Me hubiera encantado estar
discutiendo ideas. Tácticas y estrategias. Me hubiera gustado no sentir lo que
siento. Bronca, dolor, asco. Muchísimo asco. Sí. Eso. Nada más.
Maximiliano Postay