La fuga de los 13 presos de Ezeiza, las militancias parciales y el
abolicionismo penal
Todos los caminos conducen a
Roma. O mejor dicho, a plantear la necesidad de militar fuertemente por la
desaparición de la cárcel. Ya no es suficiente pretender “mejorar” la
institución, pintar sus paredes o luchar únicamente por reivindicar algún que
otro derecho individual de las personas privadas de su libertad. No hay lugar
para tibiezas, vacilaciones ni posiciones a mitad de camino entre la crítica
enérgica y la legitimación manifiesta. Pretender “mejorar” la cárcel sería (y
es) ingenuo de nuestra parte. Un suicidio táctico. Una praxis activista
destinada a fracasar. No hay margen alguno para mejorar algo naturalmente
concebido para destruir, excluir, apartar, someter y torturar a hombres y
mujeres de carne y hueso. Seamos contundentes. A algo semejante sólo se lo
combate eficazmente propugnando su abolición.
Lo sucedido en Ezeiza no hace más
que corroborar y reafirmar mi postura. Más allá de coberturas mediáticas
hilarantes con cierto tono hollywoodense y escaso rigor conceptual, el panorama
es harto elocuente y, como dirían las abuelas, “para muestra basta un botón”.
Si los 13 presos de la “película”
se fugaron heroicamente y sin ayuda de nadie, sería 100% hipócrita cuestionar su
accionar. Pongámonos por un instante en la piel de un ser humano encerrado,
rodeado de resentimiento, rencor y opresión sistemática. ¿Tendríamos a nuestra
disposición alguna opción más seductora que el escape? Intuyo que no. Alguna
vez un profesor de criminología me dijo: “El primer y único derecho que tiene un
preso, es el derecho a la fuga”. Suscribo las palabras de aquel viejo maestro y
continúo mi análisis recordando alguna que otra caminata por los pabellones del
Complejo Penitenciario N° 1. Como docente de “Derechos Humanos y Garantías”, en
el marco del Programa UBA XXII, confieso tuve –y en más de una ocasión- un
deseo casi incontrolable. Dinamitar los muros y continuar la cursada en un
plaza a cielo abierto supo transformarse en uno de mis pensamientos más
excitantes.
Si por el contrario, la hipótesis
del heroísmo se desvanece y empezamos a hablar, sin más, de connivencia
interna, más a mi favor. ¿Acaso creían que iban a poder cambiar algo (o al
menos intentarlo) sin pagar las consecuencias? ¿Hay algo más antidemocrático
que una cárcel? ¿Existe zona liberada más proclive a la corrupción y el negocio
espurio que una prisión? No, no y no. Está todo demasiado contaminado. E
insisto. No hay descontaminación posible. La cárcel es contaminación. La cárcel
es esto. No otra cosa.
La suerte ya está echada.
Compañeros de adentro y afuera, el Servicio Penitenciario no permite
filtraciones. O lo atacamos a fondo o
nos comen las rodillas. O tenemos un norte claro, hacia la abolición de semejante
barbarie, o seguimos siendo cómplices involuntarios de algo que seguramente en
algunos años habrá de avergonzarnos como sociedad.
Desmilitarización del SPF y los
Servicios Penitenciarios Provinciales YA. Conmutación de penas en beneficio de los
sectores más vulnerables de la población penitenciaria YA. Prohibición de
construcción de nuevas unidades penitenciarias YA. Instalación a gran escala de
mecanismos de resolución alternativa de conflictos YA. Planes intersectoriales
de inclusión social postpenitenciaria YA. Empecemos por ahí y después vayamos
viendo…
Menos encierro y más inclusión
social. Menos mano dura, tolerancia cero y respuestas demagógicas redactadas
por asesores robóticos y más imaginación no punitiva. El abolicionismo penal
pide pista. Ojalá sepamos nutrirnos de su potencia transformadora. Ojalá las
organizaciones sociales, políticas, gubernamentales o no, vinculadas de algún
modo a la militancia en contextos de encierro, asuman cuanto antes esta “bandera”
con vehemencia y obstinación. Si realmente queremos cambiar el curso actual de
los acontecimientos en la materia que aquí nos ocupa, quizás esta sea nuestra
última ficha.
Maximiliano Postay