Contribución, experiencia, testimonio. Aporte para Locos, Tumberos y Faloperos del compañero Santiago Scotellaro. Lectura recomendada.
Mi vida era una
mierda. Más bien es una mierda. La tiranía de las agujas se desplegaba
de forma tal que daban exactamente las 4.00 AM. Esto es claro: mi día comenzaba
a la hora de los pobres diablos; ahí donde ni siquiera el sol se animaba a
asomar sus tentáculos, esa hora en donde la opulencia duerme y a su vez se
oculta de la fealdad. Sólo yo y mis iguales emprendíamos el éxodo a la
exclavitud así, de esa manera tan particular, tan huerfana de todo, tan
solitaria y hundida en el barro del desprecio.
Apagué el puto
reloj de una cachetada digna de un experto en artes marciales: di justo en el
blanco de manera suave y precisa; pero colmada de odio, desde ya. Mi mujer
embrutecía a cada ronquido. Se la veía relajada -quizá borracha- pero con
aspecto a muerte. Era una pobre diabla más, tenía una visión de futuro
semejante al de las cucarachas: ningún día era garantía de nada; en cualquier
instante podía asomarse la bota del amo y aplastarla junto con nosotros y
convertirnos en verdadera mierda tangible. Digo nosotros porque se suman
a este zoológico de ratas desnutridas mis dos hijos. La mujer (¿mujer? ¿acaso
algún hijo de puta ha osado en tocar a mi angelito? ¡ah, qué vida tan
miserable!) se llama Sofia y el varón Arturo. Ella tiene unos 17 años cargados
de estiercol pero los lleva adelante como una Juana De Arco. Su cualidad más
relevante y -sobre todo- notoria, es que es bastante puta. Trato de no
pensar en ello porque juro que dejaría la garrafa prendida y acabaría de una
buena vez con esta comedia. Pero bueno, nunca fui egoísta y por eso mismo dejo
que todo siga, aún sabiendo que el destino de todos nosotros, los pobres
diablos, está digitado. Puede parecer cruel, pero, ¡mi vida es la más
absoluta crueldad! Y luego esta él, es acreedor de 21 años de vida. Bah, vida;
una porquería como la existencia de la hermana. A esto hay que añadirle que
Arturo desde los 15 años se quiere morir; no deja de emborracharse ni de
meterse drogas duras desde esa edad. Todavía no lo consigue; quizá lo logre
antes yo.
A las 4.30 AM ya
estaba en la estación de ferrocarriles festejando haber llegado sin despertar a
ninguno de los míos. A esas horas de la madrugada si llegaba a cruzar alguna
palabra con alguno de ellos era muy probable que cambiase mi virtual plan de la
garrafa por algo más certero y efectivo, como el martillo que utilizo para
derribar muros.
Siempre era lo
mismo, pero a medida que pasaban los años se hacía todo más insoportable, más
denso y apestoso. La rutina de viajar hacia la nada todos los días de mi
vida me había convertido en un ser despreciable, una absoluta escoria, unmonstruo
moral. Nada podía salvarme más del espectáculo de mi crusificción que unas
líneas de cocaína de la peor calidad imaginable. Era lo que había. Y no tenía
pretensiones de nada. La palabra esperanza había sido desterrada de mi podrido
vocabulario por una mucho más implacable y verdadera: desesperación.
La droga
enceguecía mis pupilas y relajaba mis demonios para no asesinar a mi jefe.
-Buen día señor
-dije secamente ocultando todo mi pasado en mi laringe.
-¿Buen día? Llega
15 minutos tarde y pretende un "buen dia" -escupió el hijo de puta-,
¡ja! si son todos iguales; nunca cuidan su trabajo, no tienen disciplina, ¡son
todos unos vagos!. Mire, yo le voy a contar. Cuando mi padre vino de Italia a
esta tierra de mierda...
-Ya basta señor,
disculpemé ¡sólo quiero ir a mi puesto de trabajo que queda mucho por hacer!
-interrumpí con calma y con furia contenida.
El ambiente se
había vuelto tenso. Yo sabía que no soportaría otra humillación más; mi cuerpo
tenía ganas de estallar sobre la humanidad de ese viejo hijo de puta.
-¡No ve! Pretende
hacer callar a su jefe; jajaja. Yo le voy a enseñar, pedazo de basura mestiza,
híbrido de sangre putrefacta. Tenía razón Sarmiento cuando...
Las cosas se
dieron así. Puedo jurarles que no quise, pero mi cuerpo cobró autonomía. Le
hundí un destornillador que llevaba en mi bolsillo en medio de sus ojos. Casi
que se asemejaba a un asesinato estéticamente perfecto. Había que verlo al
viejo con mi herramienta clavada en su entreceja. Lo había matado a mi modo,
con mi originalidad. El destornillador firmaba el crimen como: "lo ha
matado un salvaje"
Regresaba a casa
pensando que había renunciado a ese empleo de mierda de una manera poco usual,
exquisita. Producir esa muerte me liberó, me mostró el camino de la
resurreción. Mi comienzo estaba en poner fin. En acabarlos y acabarme. Sentí
pánico, me temblaban las falanges de los dedos y los dientes. Compré una
botella de Ginebra; tomé más cocaína y me dirigí a mi lugar, a mi tan vomitivo
lugar. Al llegar a casa, todos tendrían una nueva oportunidad.
Eran las 9.16 de
la mañana y aún los tres pobres diablos, mis tres pobres diablos,
seguían durmiendo. Toda la casa estaba calma. Pude contemplar la armonía del
estar dormido. En ese estado del alma no había mundo, reglas, ni siquiera
moral. Todas las penurias de nuestras vidas, todas las muertes y crímenes eran
piedras arrojadas en un desierto: nada. Decidí por fin hacerlo. Y lo
hice por ellos. Sólo que me pareció adecuado seguir con el método anterior, el
orginal. La garrafa era algo absolutamente impersonal y denotaba una democracia
afeminada. Tomé tres de mis destornilladores y empecé por la más vieja, para
luego continuar con mis angelitos. Hubo gritos, desde ya; pero era la liberación
en su máxima expresión, eran los aullidos de la nueva vida, de la esperanza.
Tuve un sólo
inconveniente: cuando los tres tenían cada uno su señal clavada y yacían en el
sueño eterno, no encontré a nadie que haga lo mismo conmigo. Tuve miedo, no pude
hacérmelo yo solo, por mi cuenta. Y ahora me encuentro sumergido en el fuego
eterno. Soy un condenado de la tierra. La libertad de los mios la pagué
con cadenas en mi corazón. No pude. No puedo. Soy un pobre diablo; ésa
es mi existencia, este es mi destino.
Unidad Carcelaria
Nro. 1 de Olmos. Otoño del 2001