Y a veces el silencio se hace
necesario… oxigena… clarifica… aminora la ansiedad y calma ciertas heridas. Corrobora,
superpone, agazapa.
Sabíamos que era difícil.
Sabíamos que era gigante. Sabíamos que saberlo podía ser ventajoso. Sabíamos que
sabíamos que perder era lo lógico. Sabíamos que lo lógico era creer en el milagro.
Sabíamos que el milagro era un milagro. Sabíamos que poder no era lo nuestro.
Sabíamos que lo nuestro era creer. Sabíamos que saber era el inicio. Sabíamos
que sabemos, sabremos y sabríamos. Sabíamos.
Intenso viaje. Poema breve.
Metáfora. Repudio potenciado. Imaginación no punitiva. Realidad. Enanos y
gulliveres. Ausencia. Puerta. Calefón. Sendero.
Microbios que llegaron a los
medios. Rebeldes que llegaron a la cárcel (y salieron). Penitenciarios
promoviendo la “no pena”. Cárceles gritando desde adentro, proclamas de
abolición. Ficciones creadas en un escenario de permanente sugestión.
Editoriales de humo. Parlamentos vociferando alternativas. Firmas. Intrigas.
Cámaras propias. Soledades. Promesas. Soledades
al cubo. Soledades al millón.
“¿Dónde estás? Quiero hablar con
vos. Sos un hijo de puta. Sos una mierda.” Lo busco. Lo encuentro. Lo veo en
casi todo. “¿Dónde estás? Quiero hablar con vos. Quiero golpearte. Quiero que
te duela.” Lo busco. Lo encuentro. Cómplice necesario. Uno más. Voy y vengo. Vidrio
templado. Caja blindada. Máquina negra. Fisura.
Un kiosquero me da, a cambio de
seis pesos con cincuenta, un alfajor de chocolate blanco. La nada acaricia los
antojos de un siniestro apologista de su infamia y su glamour. Otra vez. Otra vez.
Maximiliano Postay