1/2/12

Ubicados en el tiempo y el espacio


Locos, tumberos y faloperos. Etiquetados. Marcados a fuego. Sobrantes sociales. Excluidos. Mala palabra. Insulto para la moral y las buenas costumbres. Personas a medias. Soberanos de la nada, carne de cañón, excusa. Chivos expiatorios, sin voz, sin voto y sin nación.

Leprosos del siglo XXI. Irrita su presencia. Incomoda la fragilidad del argumento que invita a desecharlos. Generadores crónicos del conflicto social; Estado, Sociedad Civil, Orden Público y unos cuantos “absolutos” similares se empeñan en afirmar que para ellos sólo cabe la alternativa del encierro.

Incapaces de ejercer eutanasias, higienismo social, genocidios o flagelos públicos –actos horrendos para “gente bien”, con “educación” y “valores”- esconder la basura debajo de la alfombra parecería ser un tanto más tolerable. Un suspiro. Un desahogo.

“No sé que hacer con ellos. Entonces pienso poco y hago lo primero que se me ocurre. La muerte, la esclavitud y la tortura se encuentran hoy  un poco desgastadas. Han pasado de moda –al menos eso parece-. Encerrarlos no está mal. Incluso podría decir que hasta les termina haciendo bien. Opción sencilla y menos angustiante que las otras, la jaula termina siendo casi un regalo. Nadie sabe muy bien qué es lo que pasa allí adentro, pero ¿importa eso? No hay opción. No seamos hipócritas. No me vengan con falso progresismo. Un loco suelto es muy peligroso, mejor atarlo, darle un par de pastillas y tratarlo con cierta distancia; a lo sumo le seguimos la corriente y listo; son irrecuperables, eso está fuera de discusión. Con los adictos pasa lo mismo; lo único que los moviliza es conseguir más y más drogas; capaces de matar hasta su propia madre; ni en sus familias son bien recibidos… eso de por sí es todo un indicio. Y ¿qué te puedo decir de los presos? Les mirás la cara y es suficiente. Odio acumulado en sus facciones, entran por un delito, salen y vuelven a cometer ese delito multiplicado por diez. Aumentar las penas, no tolerar ni una mínima falta de su parte y construir cada vez más cárceles son las únicas propuestas gubernamentales que celebro enérgicamente”.

El Dios de la mediocracia medieval del fantasmagórico ciudadano prototípico –“la gente”, “los vecinos”, “el pueblo”- supo decirme en una breve entrevista hace algunos meses -quizás un semestre- palabras tan ilustrativas como estas. Dicen que todos tenemos un enano fascista en algún rincón de nuestra anatomía. Después de hablar con esta entelequia divina propuse modificar el refrán a través de un referéndum un tanto improvisado. En vez de hombrecitos de baja estatura, sugerí hablar de Gulliveres. Mastodontes de varios metros de longitud, sedientos de vaya a saber uno que tan particular impulso catártico.  

Maximiliano Postay