La legitimación
de la guerra contra la droga a través
de las palabras
Alessandro Baratta supo decirnos, hace ya más de quince años,
tomando como referencia la teoría sistémica de Niklas Luhmann, que la política
de drogas contemporánea –aún hoy vigente-, constituye un sistema autorreferencial,
que se reproduce a sí mismo ideológica y materialmente[1].
Por reproducción ideológica el autor entiende “el proceso general
a través del cual cada actor o grupo de actores integrados en el sistema
encuentra confirmación de su propia imagen de la realidad en la actitud de sus
propios actores”; mientras que por reproducción material entiende la producción
“de una realidad por parte del sistema “conforme a la imagen de la cual surge y que la legitima”[2].
Esta realidad que el sistema autorreproduce está, según el
profesor italiano, caracterizada por cuatro elementos:
a) la relación necesaria entre consumo y drogodependencia;
b) la pertenencia de los toxicómanos a una subcultura que no comparte
el sentido de la realidad propio de la mayoría de los “normales”;
c) el hecho de que los drogodependientes tienen un comportamiento
asocial y delictivo que los aísla de la vida productiva y los lleva hacia
carreras criminales;
d) el estado de enfermedad psicofísica de los drogodependientes y
la irreversibilidad de la dependencia.
Este sistema prohibicionista de drogas, por lo tanto, “produce por
sí mismo la realidad que lo legitima”[3],
generándose así lo que tanto Baratta como Escohotado denominan “profecías autocumplidas”, siendo una de
sus principales características “el hecho de que los actores se confirman
recíprocamente en su actitud favorable a la actual política de la droga”[4].
En este sistema, continúa Baratta, hay un solo grupo desviado,
apartado: el de los drogodependientes, el cual no sólo es funcional a esa
autorreproducción del sistema sino que además la refuerza.
Estos diferentes grupos del sistema están formados por los
expertos, las instituciones, el público y la prensa, artífices del desarrollo “tanto
a nivel real como simbólico de la guerra contra el problema de la droga”[5][6].
La reproducción ideológica
y material de este sistema, está sustentada por sus discursos, los cuales reconfirman
aquellos cuatro elementos de la realidad que fueran enumerados hace unas líneas.
Parafraseando a Rosa del Olmo, lo que se produce entre esa
realidad y el discurso, es una suerte de retroalimentación, ya que éste es
“parte constitutiva de la realidad condicionándola” y a su vez aquella “refuerza
los contenidos del discurso”.
El lenguaje se torna, de esa forma, una herramienta para construir realidades a partir de subjetividades[7],
formando una pieza fundamental del sistema cerrado de la droga del cual habla
Baratta, manejándose para crear percepciones, dando vía libre a la eventual
legitimación de determinadas políticas estatales.
La forma de referirnos a determinados hechos, fenómenos o
procesos, reflejan nuestra posición ante
aquello de lo que estamos hablando.
En la temática drogas, -como en otras, claro-, la elección de los
términos y las palabras que se usan para describir los diferentes aspectos del
fenómeno indica cuál es nuestro
posicionamiento al respecto.
A continuación analizaremos brevemente algunos ejemplos de cómo la
elección de utilizar un término va de la mano de un determinado discurso y una
determinada ideología.
En primer lugar, ya de por sí, decir droga o drogas implica un
modo de ver la temática desde perspectivas diferentes.
Como sostiene Alberto Calabrese, referirnos a la droga de forma
singular, “es una forma de potenciarla en ese
imaginario colectivo como algo muy importante, como decir <<la
belleza>>, <<la maldad>>”, al no diferenciarlas, “le estamos
dando una categorización del mal tremendo, que siempre viene del otro lado de
la frontera”. Esta terminología, no es fruto de una equivocación, si no que es lo
que –por el contrario- le da un significado y una directriz específicos a las
políticas de drogas. [8]
Por otro lado, desde el punto de vista de los componentes y de los
efectos de las distintas sustancias, decir droga
es incorrecto, ya que es imposible englobar todas las drogas dentro de una
clasificación de este tipo.
Siguiendo esta línea, Escohotado sostiene que “el criterio de
quienes gestionan el control social entiende que, por definición cualquier
sustancia psicotrópica es una trampa a las reglas del juego limpio: lesiona por
fuerza la constitución psicosomática del usuario, perjudica necesariamente a
las demás y traiciona las esperanzas éticas depositadas en sus ciudadanos por
los Estados”[9]. Es decir, cuando decimos droga, debemos tener
conciencia que estamos hablando desde el discurso “criminalizador y
prohibicionista hegemónico”[10].
En cuanto a la utilización del término problema de la droga, Baratta explica que está directamente
relacionado con la llegada del capitalismo, ya que es cuando las drogas – que
antes eran algo “normal”- pierden su vinculación secular con las economías
locales y se convierten en objeto de rápidos procesos de transculturización[11].
Otro término que se escucha repetidamente cuando se habla de esta
temática es el mundo de la droga.
Baratta sostiene que esta sentencia forma parte de la representación
unidimensional proveniente del discurso oficial.
En vez de mundo de la droga, el autor italiano sugiere que se debe hablar de mundos de las drogas, ya que si bien hay un determinado mundo de la droga, que es el que es visible a la sociedad, “existen otros mundos subterráneos, discretos e invisibles, y desde este punto de vista, privilegiados” [12]; es decir, aquellos en los cuales habitan usuarios cuyos consumos no generan una reacción social y penal.
En vez de mundo de la droga, el autor italiano sugiere que se debe hablar de mundos de las drogas, ya que si bien hay un determinado mundo de la droga, que es el que es visible a la sociedad, “existen otros mundos subterráneos, discretos e invisibles, y desde este punto de vista, privilegiados” [12]; es decir, aquellos en los cuales habitan usuarios cuyos consumos no generan una reacción social y penal.
Por otra parte, desde el discurso hegemónico no se habla de
distintos tipos de usuarios, sino que cuando se hace referencia a aquellos que
consumen drogas, se utiliza el término drogadicto,
generando el imaginario de que sólo hay un tipo de uso de droga: aquél que es
conflictivo y genera dependencia.
Desde el discurso no oficial, en cambio se habla de usuarios y se resalta la necesidad de
distinguir sus diferentes niveles.
El uso conflictivo o no de una droga determinada, no depende únicamente de
esa sustancia, sino también de las características del
individuo y su contexto.
El nexo causal entre drogas y dependencia es un aspecto fundamental
del discurso hegemónico y alarmista acerca de las drogas. En oposición, al
utilizar el término usuario, estamos
equiparando al consumidor de drogas con cualquier otro consumidor usuario de cualquier otro producto del
mercado capitalista; lo que implica, en consecuencia, reconocerle los mismos
derechos.
Otro término que los discursos alternativos a la prohibición insisten
en acuñar es el de drogodependiente
en vez de drogadicto.
Romaní explica que al decir drogodependiente
estamos asimilando el hecho de que el hombre es un ser dependiente por naturaleza
y que todos los hombres somos dependientes de algo; por ello, el término drogodependiente rompe el muro entre el otro usuario de drogas y el “yo” no usuario de drogas.
Por el contrario, cuando se utiliza el término drogadicto –que de por sí, suena mucho
más peyorativo-, se lo utiliza de tal manera que, como manifiesta Romaní,
tiende a etiquetar al sector de la sociedad que consume determinada sustancia
prohibida[13].
Otra diferenciación de términos, que por lo general se confunde es
la despenalización con la desregulación.
El uso de la palabra despenalización por parte de los distintos
actores, genera en el imaginario social la percepción de que las políticas
descriminalizadoras implican un “descontrol” del mercado de drogas; cuando, muy
por el contrario, lo que esas políticas plantean es su regulación.
Este breve análisis terminológico no pretende otra cosa que
reflexionar sobre la responsabilidad que implica en cada uno de nosotros la
utilización o no de ciertas palabras.
Las palabras son los ladrillos con los que se edifican los
discursos; su génesis, su antesala.
Por ello, para ser coherentes con nuestras ideologías, debemos medirlas,
sopesarlas, releerlas. Ser conscientes de sus efectos y de que cada palabra
reproduce nuestro sistema de creencias y percepción del mundo.
María Eugenia D´agostino
[1] Baratta, Alessandro, Introducción a una sociología de la droga. Problemas y contradicciones del control penal de las drogodependencias, en A.A.V. V., ¿Legalizar las drogas? Criterios técnicos para el debate, Editorial Popular, Madrid, 1991, pág. 49.
[2] Ibídem, pág. 49.
[3] Ibídem, pág.50.
[4] Ibídem, pág. 51.
[5] Ibídem, pág. 53.
[6] Meudt citado en Baratta, Alessandro, op. cit., pág. 53.
[7] Del Olmo, Rosa: Las drogas y sus
discursos en El derecho penal hoy. Homenaje al Prof. David Baigún,
Ed. del Puerto, Buenos Aires, 1999, pág. 141: “La selección de uno u otro tipo
de señal lingüística refleja los modos de percibir y evaluar el mundo de quien
usa el lenguaje. De este modo, el lenguaje tiene su
efecto en la conformación de la subjetividad y la construcción de la realidad”.
[8] Calabrese, Alberto, El
problema de la droga, ponencia en el Foro de la salud y la cuestión social
de la Confederación Médica de la República Argentina (COMRA), realizado en Buenos Aires, el 23 de noviembre de 2009.
[9] Escohotado, Antonio, Historias
de las drogas (1), Ed. Alianza, Madrid, 1992, pág. 13.
[10] Romaní, Oriol, Las drogas:
sueños y razones, Ed. Ariel, Barcelona, 1999, pág. 41: “La definición del
concepto unificado y estigmatizante de droga hegemónico aún en la actualidad,
durante los año del cambio de siglo –S. XX- en E.E.U.U., con el inicio del
control del opio en Filipinas según las pautas de lo que será el paradigma
prohibicionista y también durante los años de la primera Gran Guerra en Europa,
y puede seguirse a través de los principales convenios internacionales que
fiscalizan determinados productos ocasionando la criminalización de sus
consumidores”.
[11] Baratta, Alessandro, op. cit., pág. 68.
[12] Ibídem, pág. 59.